A veces uno se desconecta de partes de su vida, sin reparar
en la pérdida. Aun cuando los amigos
sigan siendo los mismos, la ciudad, el lugar en el que se vive. Todo termina siendo como una ínsula, una
especie de espacio en donde la estabilidad es permanente. Puede ser no tomarse un café a la misma hora,
no contar con el azúcar que inspira una conversación sobre las propiedades mismas
del café. Puede ser no volver a usar el
mismo ordenador y volver a los cuadernos, al lápiz y al sacapuntas, con esa
nostalgia por las cosas del ayer. Quizás
también pueda ser evitar una calle o un bar, evitarlos sin proponérselo, por el
solo gusto de usar otros lugares comunes, de resaltar páginas, colores,
versos. Hacer de la vida una forma
misteriosa de juego en donde se toma y se deja objetivamente algo, sin pensar
en el placer o displacer que produce. Es
muy extraño porque hay zonas donde las horas no se integran con nada, donde el
amor es un sutil pasajero que convive con el demonio de la improvisación. Hay veces que el acceso a los lugares comunes
deja de ser común y se convierte en una sombra, panorámica de lo que está por
venir. Incluso, en donde la pérdida de
lo acumulado - cultural se va defiriendo extática hacia otros lugares, otras
instancias, me refiero a los libros o a la música, por tener esa concreta
facultad de trasladar el alma por vericuetos, umbrales y viejos zaguanes de
distorsión desvelada. Para eso queda
solo fumarse un cigarro, si aún se fuma, tomarse un buen chocolate de tres de
la mañana, o uno de esos licores inolvidables que lo devuelven a uno a los
primeros principios, para descubrir que la mayor parte de los asuntos perversos
que desvelan la vida no eran más que enarmonía, así no lo queramos reconocer y
nos engañemos con alguno de esos efectos que hacen que la luna se vea diferente
y que hasta hable con uno sin que se sea poeta o novelista. Siempre los lugares y las personas son
comunes, siempre hay pérdida aun cuando la enarmonía ronda por todas partes en
nuestro jardín de florecitas kantianas. Ese es el guiño con que nos devuelven a casa
desde la escuela para desafiar la realidad, así era, con mis cuadernos de
matemáticas, de geometría, de cálculo. El
desafío de lo que no tiene amo ni prueba ni dueño. El desafío de las circunstancias en tiempos
de ineluctable evasión.
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