jueves, 3 de julio de 2008

De regreso a Casa

Para papá, Alejandra y Oswaldo cuando van de camino hacia a sus cosas.



El jueves de la semana pasada, hacia las ocho de la noche, me encontraba solo a la mitad del camino hacia mi casa, iba tranquilo y cansado por haber trabajado el día entero en mis labores rutinarias de profesor, había llovido y sobre la ciudad bochornosa quedaba un manto brillante de luces sobre el pavimento y uno que otro gato arisco vagabundeando. Venía, debo confesarlo, metido entre mis libros, si se me permite la manera de decirlo, atrapado por los pensamientos de otros leídos. Claro, –pensaba; es lógico que en esta ciudad escondida pocos gusten de Balzac (acababa de conseguir La Comedia Humana completa en su segunda edición, y me sentía orgulloso de recordarla entre mis estantes), hoy quienquiera puede ver y entrar en los grandes salones sentándose enfrente de un ordenador y buscando la información; y justo hoy es más difícil llamar a las cosas por su nombre. Como las vemos, las ignoramos. En ese instante apareció un hombre vestido pulcramente, de bigote, anteojos y con sombrero, -atuendo más que extraño en estos días. Se hizo a mi lado y me habló como si de tiempo atrás le conociera. Dijo: “Hay muchos que carecen de metafísica.”

Le pregunté por su nombre, “para qué pregunta lo que ya sabe, usted estuvo el día de mi muerte en Lisboa, en el año treinta y cinco…”

Nos sentamos en la banca de un parque… Lloviznaba.

-Todos los lugares son iguales. Están cargados de la misma nostalgia.
-¿Nostalgia?
-Ella siempre está allí, como una persona que deambula por las calles y que busca un amigo. Una circunstancia. ¿En qué pensaba cuando lo encontré? Estaba usted cabizbajo…
- Pensaba en libros, pensaba en Balzac.
-Pensaba en muertos…
-Es probable, así es la literatura.
- Entonces acepta que ahora usted no está y está al mismo tiempo…
- ¿Perdón?
-En realidad usted se encontraba en una página oculta de su vida, tratando de evadirla a través de Balzac
-mmm
- Es posible querido amigo que en cualquier momento y por el cauce que sea, aparezca el poema, uno, hermético.
-Recuerdo cuando papá me enseñó a elevar cometas en Lebrija. De todas las clases de cometas… La última que tengo presente era un paracaidista… Había que llenar el muñeco con agua. Con las cometas siempre estuvo el eterno sueño del vuelo. Se veía a lo lejos la ciudad y el viento tenía tal fuerza que era difícil mantener sujetadas las cuerdas… Era como si la cometa tuviera vida propia, una vida más corta y por lo tanto más afanosa, una vida tocada por lo dioses; así aprendí a mirar las nubes, así comprendí que había otros lugares, otras formas… No sé si papá se habrá dado cuenta…
-Ya tenía todo esto en su cabeza y usted no lo sabía.
- De saberlo, hubiera hecho más sencillo cada asunto de mi vida.
-De haberlo sabido estaría usted caminando de una manera más tranquila, ausente de metafísica, reduciendo su metafísica a la camándula y la confesión.
-¿Quién lo podría asegurar?
- mmm

Pasó un paseador de perros con siete animales enormes por nuestro lado, casi arrastrado por ellos. Pessoa se despidió. Tenía una cita con un caballero de apellido Mora.

De nuevo solo por las calles. Cada quien tiene su Virgilio cuando va camino a casa.



Ciudad de los Parques, 3 de junio de 2008.