martes, 12 de marzo de 2013

Destino, intensidad y autoflagelación... Lo que me trae música para camaleones.

Me había quedado mirando la cara de Truman Capote por un rato, de rostro sonriente de desafío y de satisfacción vivida, y a la vez mostrando en sus ojos, cansancio. ¿Cansancio de qué?, ¿de la intensidad? Creo que a Calvino le faltó, justamente, en sus propuestas para el nuevo milenio, hablar de la intensidad. La intensidad [grado de energía de un agente natural o mecánico, de una cualidad, de una expresión, etc., (...) Vehemencia de los afectos del ánimo, según el Diccionario de la Lengua Española. Real Academia de la Lengua], hoy aplicada a las relaciones adolescentes no es más que un furor obsesivo por el otro que fragmenta, justamente, esa separación ya dada por la naturaleza y que por el amor parece irrompible, única. Intensidad es la permanencia asidua en el tiempo, como una constante irremisible, que se prolonga como un beso al último, justo antes de salir corriendo por el temor de enfrentarse a lo que no está dado. ¿Es intensidad la autoflagelación [self - flagelation] de la que habla Capote al inicio de Música para Camaleones? ¿Es intensidad la de Omar Kheyyan? ¿La de Oliveira, o la de Talita? ¿La de Martín por amar desmesuradamente a Alejandra Vidal Olmos? Luego de la introducción de Capote, dos o tres páginas adelante [lo había leído en inglés primero, en su versión original; ahora leía Música para Camaleones en español], esa mujer alta y esbelta, se ha sentado en la silla del piano, en su salón grande, que pudo ser uno de los salones de la casa de mis padres, a tocar el piano y a convencer a Capote del gusto de las iguanas por la música. Las veo venir, y yo mismo soy Truman el observador del instante, ellas se acercan al ritmo continuo de la melodía, se amontonan y hacen un gorjeo particular, tarareando un poco quedas, un tanto roncas, la melodía. Es la realidad que se aparece como le viene en gana... Como si fuera un engaño óptico. Alguna vez le oí a un amigo hablar del problema óptico de los impresionistas: lo que parecía una técnica en ellos era en realidad para él un problema de foco, decía. Me reí por un rato y me quedé pensando en el famélico dibujo de los personajes de Schiele, o en el autorretrato de Gauguín, tan diferente, tan vivo y tan trágico, al retrato original del ser llamado Gauguín [así se veía el artista, otro era su rostro]. Igual que Leonardo, mil hombres en uno, enarmonía distante, pero empotrada en el alma. No creo que se requieran demasiados intentos para lograr que el compromiso con los sueños se realice. Ni que sea indispensable regalar la vida a una causa. No somos tanto, sin embargo lo hacemos. He recordado ahora, que hace casi ocho días, faltan unas cuantas horas, me embriagaron sus ojos y que hace menos días, esos ojos y su mirada me llevaron a asumir un reto que me ha abierto el horizonte, cargado de iguanas que tararean los sonidos del piano que esa mujer [...alta y esbelta, quizá de unos setenta años, pelo plateado y soigné, ni negra ni blanca, del color oro pálido del ron] piano que toca, muy solemne, sin mirarme al rostro. ¿Una forma de seducción? No me refiero ni al sexo, ni a la mirada perdida, ni siquiera al ronronear de las iguanas, sino al hecho mismo de la imagen, seducción por la vida, por recrear las instancias del tiempo, por penetrar en lo que parece insondable y a la vez perdido, como puede ser el paso del tiempo de lado de la inamovilidad de los arquetipos platónicos, al lado, justo al lado, de la opción de nadar al alba, de leer los poemas de Horacio, de descubrir la conjugación de destinos en la obra de Li Po, de coincidir en la misma hora, en el mismo lugar y hasta con la misma gente de la misma fiesta, y entre ellos con la mujer que se ama y que hasta ahora tan solo es una sombra en medio de una conversación que todo lo evoca por la atracción que se siente, sin razón aparente alguna. Eso es quizás la intensidad, esa particular vehemencia de la causalidad, que pone a dos en el mismo lugar para hablar mientras ella, la causalidad, se ríe de sus destinos.