domingo, 8 de junio de 2008

El libro es el lugar más tranquilo de la casa

Recuerdo que al final de la novela Los Premios de Julio Cortázar hay un comentario en el cual Julio explica cómo y en dónde escribió la novela y menciona el hecho de ser el libro el lugar más tranquilo de la casa, con sus peligros naturales: no volver a salir de él nunca o no querer hacerlo.

La lectura es solo el pretexto de la imaginación, los libros el punto de partida, la iniciación del inocente. A veces nos enseñan que el libro confirma, que el libro cuestiona, sin embargo, me parece, el libro abre puertas mientras que espera silencioso hasta el día en que se deja y se ofrece... y uno lo permite. Lo demás depende de quién lo lea. También puede suceder que sea difícil encontrar el momento para que el libro haga lo suyo, porque se requiere de una especial concentración y por lo tanto de la posibilidad de transportarse a través de él: No se sigue siendo el mismo luego de ir con Hans Castorp a esquiar con el riesgo de jamás volver, ni se puede ser el mismo si alguna vez se tropezó con el Gólem y se tuvo la duda de si no era uno el Gólem.

Pero cada vez que pienso en el asunto y me convenzo más de él, me entra la duda y me carcome el desaliento. El celular suena, las reuniones agobian, y sin pensarlo demasiado aparecen las dificultades, día a día se vuelve más difícil leer. No nos dejan... y menos para esas lecturas de largo aliento...

Por eso, cuando las cocinas de las casas se desocupan, suelen ser, con sus mesones, sillas y comedores, el lugar perfecto para dejar caer el papel y el lapiz y escribir o leer, anotar, dibujar, mientras se toma un buen café, mientras el perro o el gato se pasean por ahí. No importa si es al final de la noche o hacia la madrugada, pero esa soledad entrañable fortalece el espíritu y permite conectarse con lo que se piensa o con lo que se representa a través del texto: Las palabras desaparecen y surge la imagen. No leemos palabras: las transformamos en conceptos, las convertimos en imágenes. Y ya en ella comulgamos con el otro (el ido, el escribano) y los otros (los protagonistas, sus paisajes, sus ideas). Es el verdadero sueño.

-Cuánto tiempo de vida le queda, señor, -pregunta el extraño desde la calle. Y le respondo:
-Ojalá el necesario para leerlo todo...
Entonces el viejo sonríe para darme a entender lo ingenuo que se puede ser cuando se prende la noche, cuando se corre en medio de la nada y se está en el libro.
Nuestra vida es corta; no importa cuánto dure, es corta y hay que repartirla. Somos animales escindidos por el tiempo y debemos repartirnos en un presente inestable.
Cada vez que me acerco al vacío me encuentro con las sustancia del texto, la memoria viva del hombre.

Por eso creo que Cortázar no se equivocaba: Aunque se corren peligros muy serios, El libro abierto es el lugar más tranquilo y más seguro de la casa.
Allí conocí a las brujas del Macbeth, allí conocí a Alejandra Vidal Olmos y conversé con Alma Mahler y supe a ciencia cierta que no era descabellado viajar hasta el centro de la tierra, vi a los inmortales y viajé por aquel mundo de seres extraordinarios, ocultos entre las historias de Machen y Lovecraft. Visité a Brausen y viajé lúbrico con Genoveva Alcocer...
... Y de allí aún me es difícil volver a la rutina de los días, de los asuntos comunes del trabajo de oficina.

El libro es el portal perfecto para el alma, el viaje a pie del que hablaba don Fernando González.