martes, 8 de marzo de 2011

Un amante de Virgilio

El asunto no promete,pensó.

Horacio había pasado un largo rato meditando sobre el libro de Broch.
La copia que tenía no era la mejor y de nada servía acudir a la Eneida. Una y otra vez el destino era definido por los dioses. Había escrito que enfermo iba a recorrer los misterios de la geografía hasta llegar a Megara y allí recabar sobre los sucesos... Pero la enfermedad atacó y lo llevó a la muerte. La naturaleza es así.

Después lo vi caminar por el parque de las palmas con sus papeles. Le pregunté por lo que escribía. Poemas, dijo. Asuntos del alma.

Me reí. Le dije que estaba leyendo a Propercio, que si él ya había terminado con la Eneida y me miró en protesta con algo de rabia: Con la Eneida no se acaba, con Virgilio menos, los otros son menores como menor es el camino que separa la vida de la muerte...

Algo va mal, pensé.
No lo puedo invitar a un café, el café lo puede intoxicar más.

Me leyó dos textos, en el primero contaba en verso como había llegado a sus manos, por vez primera, la Eneida, una pésima traducción...

En el segundo cantaba el encuentro de Virgilio con Dante, exudaba los rastros del averno, cantaba el amor por la vida, el temor por los designios divinos, las sobras de lo contingente, de lo humano.

Me dijo antes de seguir su camino:

Somos débiles pájaros de un dios caprichoso,
sólo tenemos unos segundos,
sólo un destello es la felicidad,
lo demás es desaire,
verguenza y nostalgia.

Horacio se fue hace unos días para la Guajira, no he vuelto a saber de él...
Quizás el viaje era su destino,
su destino final.

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